
Tormenta dejó crecida de ríos, corte de rutas y pueblos aislados en el norte de Fiambalá
En el caso del poblado de Las Papas, la creciente fue tan contundente que el agua alcanzo las calles de esa localidad, lo que pone en alerta a sus habitantes.
Esta nota es un simple tributo a esos navegantes de océanos de piedra y ripio, enemigos de las tranqueras, perseguidores incansables de los cielos azules, catamarqueños domadores de las alturas andinas.
Locales 23/02/2023 Por Guillermo Antonio FernándezAún me parece verlo, con el cigarrito entre los dedos, la mirada contemplativa y el pensamiento inquieto, al reflejo de sus anteojos; quizá el mismo pensamiento que lo impulsara a conocer otros lugares donde trabajar, como alguna vez se aventurara al sur del país; o en la misma cordillera de los Andes, en cuyas estribaciones merodeara cuando joven en el entonces incipiente complejo turístico de Cortaderas, (a 100 kilómetros de Fiambalá), con Elena del Carmen Quispe, su leal compañera, y sus dos niños, María Joaquina y Víctor Ramón “Tato” Quiroga.
Recuerdo que si había yerra solía permanecer varios días en Cazadero Grande con Paco Perea, Hugo Luis y otros amigos de Fiambalá, cuyos nombres hoy no recuerdo, (entonces no había alambrados ni tranqueras y cualquiera podía pasar la noche en el centenario refugio de arrieros, servirse de un poco de soda natural u orar en el oratorio de la sagrada Virgencita del Valle levantados piedra por piedra por los lugareños) o bien desandaba sin apuro escabrosas y ocultas sendas en La Coipa, Las Peladas, Tamberías, Pastos Largos, Las Angosturas (Rumi Rayana); paraje último donde viviera casi un siglo su amiga Arminda Santana, una verdadera leyenda en la zona.
Alguna vez lo supe acompañar al Loro Huasi en procura de vestigios arqueológicos o del bosque petrificado de algarrobo que hoy poco y nada resta, sin ningún tipo de preservación. El hombrecito, sin dudas, tenía como los gallardos ganaderos de las alturas: Santiago (F) y Alfonso Olmedo, Los Quiroga, don Tino Perea (F), Paco y Cirilo Arancibia, Jorge Minás (F), Prudencio Olivero (F), (el último artista indiscutible de magníficas obras en lajas y carpintería) por mencionar algunos. Todos ellos abrazaban la extraña pasión por la aventura al aire libre a más de 5000 Mtssnm. Y si era a más, ¡mejor todavía! Porque así era el Ramón Quiroga de quien les hablo, amante de la vida natural, audaz como ninguno a la hora de hacerse campo afuera, con una carpa, charqui, cigarrillos y mate. Creo que sólo los que saben de la montaña y los peligros y la inexplicable atracción que despierta, tal vez puedan entenderlos, como los andinistas que no miden riesgos y se aventuran a lo desconocido.
Adentrarse en tales parajes, (década del 90 y principios del 2000 que le toca al aludido) donde la puna asolaba noche y día de la mano del duende, con la dama del agua vigilando las aguas heladas de un Guanchín furibundo y el viento que aullaba postreramente a la intemperie a menos 20 grados bajo cero, por cierto, sonaba más a delirio que a emprendimiento cualquiera razonable, cuestiones que a él no le preocupaba; su sagacidad era en verdad admirable.
Ramón Antonio Quiroga, afectuosamente “Tunino”, por esas cosas de la vida partió hacia las montañas más altas del firmamento, esas que no tienen cima y donde la nieve no es fría, ni siquiera el viento la piel lastima y no alcanzan todas las vidas para escalarla, hoy, por esas lejuras desanda senderos de ensueños hacia las más altas cimas del sempiterno.
El amigo de quien les hablo pretendía alcanzar el medio siglo de vida cuando una noche cualquiera y helada, “la parca”, le abrió sorpresivamente los brazos, como sé que él mismo la hubiese nombrado al ver que el día oscurecía frente a sus desconcertados ojos.
'Tunino' nació un 23 de octubre de 1972 en Fiambalá. Sus padres, doña Feliza Aidé Hernández y Miguel Acencio Quiroga aún viven en la casa de siempre en el barrio Guanchín. Su hermana Lía Elena Quiroga, y los sobrinos Miguel Antonio y Georgina María del Pilar Quiroga, aún lo recuerdan recorriendo las viñas, las mismas que hoy se solacean con variedades increíbles de las uvas que solía degustar. Doña Aidé, con las manitos cruzadas y los ojos entonados me dice que no deja de esperar ni bien sobreviene la tarde, al hijo que siempre se daba una vuelta y le ponía paños fríos a sus problemas, con el mate dulce y las tortillas a la parrilla, hasta que el sol se escondía tras los álamos. Don Miguel, por su parte, sisea la cabeza y desde su silla de ruedas busca quizá una explicación en los vacíos de la extensa casa donde lo sorprendiera dando sus primeros pasos, agarrándose de las gruesas y antiguas paredes de adobe de la galería, en cuya puerta aún, puede observarse una llave gigantesca del mil ochocientos y vaya a saberse cuándo. Ciertamente, hoy, ese niño ya no está, pero perdura la estela de su paso cómo el más primoroso tesoro que se remueve en las retinas de un padre que lo añora y resiste con dignidad el destino de los mortales. -“Será cuestión de tiempos nomás el que nos veamos”, dice don Miguel, en un dejo de admirable temple. -Así es la vida. Para nosotros, Tuni no se fue, me dice Elena que tampoco se resigna a creer que su compañero, el ocurrente, el jovial, el trovador, (solía tocar la guitarra) el de las ideas que se alimentaban en procura de un Fiambalá mejor, de aliviar el sufrimiento de quienes menos tenían, el que deseaba que sus hijos estudiasen y fueran personas dignas y capaces, ese amigo, ese hermano, ese vecino comprometido, físicamente ya no está, es cierto. Sin embargo, él, siempre está y estará, como me dice Elena, con ella, con sus hijos, con sus padres y hermanos, para nadie se ha ido, porque perdura la entereza de sacar adelante a dos hijos que aún extrañan al consejero y amigo cabal, el curioso de los minerales y las piedras que recogiera y calificara tras infructuosa búsqueda en los libros, como consta en una cuadro de minería que aun cuelga de una de las paredes de su casa frente al Nene Vega, en barrio Guanchín. La curiosidad por saber nunca dejó de quitarle el sueño (algo que me consta desde su juventud) y lo empujaba a bucear en cualquier libro, biblioteca o lo que fuera para saber y hablar con fundamento.
Como les dije, “Tuni”, salió a recorrer para siempre la inmensidad de los cerros fiambalenses que lo hacían soñar más allá de cualquier posible, atesorando piedras e incontables anécdotas en su bagaje inconmensurable, avivadas por bríos de arriero (amaba y poseía caballos en la cordillera) o de aventurero porfiado a la hora de encarar inciertos paisajes andinos, desafiando al viento blanco, el zonda y cualquier peligro que nunca falta en las lejuras del oeste catamarqueño. A veces se encaramaba al legendario “Fierro Caliente”, su jeep IKA, bien argentino, como él mismo decía, y en el que trasladara a diversos puesteros a zonas de difícil acceso. En un par de oportunidades pude acompañarlo también y doy fe que era un ser humano comprometido con su tiempo y la familia, con la historia de los ancestros, soñador de cosas buenas y germinador vivaz de ideas positivas, digno caminante de una tierra áspera que nunca dejaba de sorprenderlo, con sus secretos y misterios, sus mitos y leyendas y honrado a más no poder; así era aquel hombre austero y entusiasta que hoy recuerdo y extraño, un amigo, un hermano en la vida, compañero de aventuras y quimeras.
EL fantasma de Las Angosturas: Me viene a la memoria cuando cierta vez a Tuni se le ocurrió junto a su esposa, Elena, quedarse un fin de semana en la casita de doña Arminda Santana en Las Angosturas. Andaba probando sembrar chía. Dijo que el día fue tranquilo al igual que parte de la noche y sintieron una paz increíble. Como no había luz en el lugar cenaron temprano, tomaron un té con pan y se dispusieron a dormir. Según Elena solo se oía el bramido del viento hasta que en cierto momento, en la más absoluta oscuridad, se oyeron pasos. ¿Quién podía ser si no había nadie en kilómetros a la redonda? Fiambalá (lo más cercano) está a ocho leguas aproximadamente. De pronto dijo que se sumaron otros ruidos, pasos, bisbiseos, ollas y latas que caían en la oscuridad, hasta el techo temblaba, como si alguien estuviese encima. La cuestión, recordaría Elena que ni ella ni Tuni, pese a que éste revisó rincón por rincón sin lograr hallar nada, no pudieron pegar un ojo en toda la noche. Fue la última vez que se les ocurrió a pasar un finde solos en la montaña. Días después, al preguntarle a doña Santanita, la dueña de casa que se había ausentado unos días, si acaso solían molestarla en las noches, la abuelita diría: -Y por ahí, mijo, algunos ruiditos se escuchan, pero no son malas las almitas, no tienen descanso nomás, no les llevo el apunte…
Al recordar esta anécdota, reconozco que no puedo dejar de admirar la entereza de nuestros pobladores andinos, que llegan a convivir con lo sobrenatural, con una naturalidad increíble.
Esta nota es un simple tributo a esos navegantes de océanos de piedra y ripio, enemigos de las tranqueras, perseguidores incansables de los cielos azules, catamarqueños domadores de las alturas andinas, del zonda, de los peligros de cada día que nunca restan al recodo de un río tempestivo si la creciente arrecia, de un viento blanco imprevisible y que estremece hasta al más baqueano ser humano.
Aún me parece oírlo: “¡Guillo!”, ni bien alguna tarde lo visitaba y ahí nomás hacía preparar el mate amargo hasta bien entrado el crepúsculo, con monte blanco, a orillas de sus viñas e higueras, en el fondo de su casa familiar, mientras hurgaba en su dilecto Renault blanco o la camioneta Toyota de sus amores, procurando siempre arreglar algo.
Vuela el sueño de los grandes, “Tuni”, cóndor fiambalense, hijo sublime de la tierra brava y andina: Fiambalá. La gloria no se compra ni se vende, simplemente se la obtiene, como vos lo hiciste en vida.
Hasta la próxima mateada, allá, bien arriba, amigo hermano.
En el caso del poblado de Las Papas, la creciente fue tan contundente que el agua alcanzo las calles de esa localidad, lo que pone en alerta a sus habitantes.
El programa buena cosecha apunta a contener a los niños, alejarlos de la explotación laboral y sobre todo erradicar el trabajo infantil.
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